Cuando el Angel Negro se reveló contra el creador, llegó a la conclusión de que jamás podría vencerle puesto que sus seguidores siempre estarían en minoría, por lo que decidió que su única esperanza de éxito se basaba en dividir las fuerzas de su enemigo. Por ello se dedicó a tentar a los hombres, no con el poder la ambición o la lujuria, pecados todos personales, disculpables y pasajeros, sino con la astuta promesa de que si adoraban a un dios determinado y defendían a ultranza su fe, alcanzarían el paraíso y una supuesta vida eterna que hasta ese momento nadie les había prometido. Con su acción propició el nacimiento de las diferentes religiones, cuya razón de ser no era otra que conseguir que los seres humanos se odiasen y matasen en nombre de un determinado dios, olvidándose de que el verdadero dios no necesita nombre.
Si intentas imponer a tu dios por la fuerza, ese dios es falso, puesto que el verdadero dios no necesita tu violencia para demostrar quien es. Si alabas en exceso a tu dios, asegurando que es el único verdadero, ese dios es falso, puesto que el verdadero está tan alto que no necesita alabanzas. Y si utilizas las armas para defender al verdadero dios, le estás ofendiendo, porque al hacerlo consideras que no es lo suficientemente fuerte como para defenderse por sí mismo.
*Este texto está sacado íntegramente del libro Un Mundo Mejor de Alberto Vázquez-Figueróa